Hay una vieja leyenda alemana que nos habla de un monje llamado Bertram. Había vivido durante muchos años en un monasterio, donde ejecutaba muy buenas obras de escultura porque era un artista. Un día el abad le mandó que hiciera un Santo Cristo para el altar mayor: pronto les iba a visitar un Cardenal y sería gran cosa poder mostrarle esa imagen ya realizada y en su sitio.
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El 18 de mayo de 1967 fallecía uno de los hombres que más han brillado en la medicina española, ilustre maestro de otros grandes doctores. Don Carlos Jiménez Díaz había nacido en Madrid, en el año 1898. Antes de morir había escrito una oración para un pariente suyo. El texto se lo confió la viuda al matrimonio Eduardo y Laurita Ortiz de Landázuri: "José Mari: Cuando sientas la mano de Dios que te acaricia, aunque sea a contrapelo y dolorosamente, recuerda lo que hace un perrito cuando siente la mano de su amo; le lame la mano. Yo te lo puedo decir, por experiencia; llevo mucho tiempo lamiendo la mano de Dios".
Parece, a primera vista, la reflexión de un autor de espiritualidad, y en realidad sale de la pluma de un hombre no versado en tal género de literatura. Es de un atleta norteamericano a quien un accidente ha dejado postrado en una silla de ruedas. Su nombre es Kirk Kilgour. Tomo el texto de J. Herranz, Atajos del silencio: "Pedí a Dios ser fuerte para realizar proyectos grandiosos y Él me ha preferido débil para conservarme en la humildad. Pedí a Dios que me diese la salud para grandes empresas, y Él me ha dado el dolor para comprenderlo mejor. Le pedí la riqueza para poseer muchas cosas, y Él me ha dejado pobre para no ser egoísta. Pedí a Dios todo para poder gozar de la vida, y Él me ha dejado la vida para poder estar contento. Señor: no he recibido nada de cuanto te pedí, pero me has dado todo aquello de lo que tenía necesidad, y casi contra mi voluntad".
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